domingo, 26 de septiembre de 2010

Frío

Olas rompiendo con fuerza contra escarpados acantilados, fruta fresca mojada, el dulce néctar que emana de la revoltosa colmena, el mullido relleno de un confortable cojín, someter a un animal salvaje, el olor de la hierba fresca tras la lluvia, potros desbocados, relajadas nubes que evocan sosiego y tranquilidad.

Y tus ojos, poco a poco, se iban vaciando.

Tu mirada azul agonizaba, volviéndose blanca, y yo sentí que tenia que seguir apretando tu cuello con toda la fuerza que mi mano me permitía.
El vaivén de tus retinas se acompasaba perfectamente con el de mis embestidas, y noté como mis dedos se secaban dentro de tu coño cuando un crujido advirtió que tu dulce traquea había dado de sí.

Seguí zarandeándote, pero no hubo respuesta.
Saqué mi mano pegajosa, atrapada dentro de ti, y la restregué por tu cara, en un desesperado intento de hacerte volver, no se muy bien cómo.

Allí, de cuclillas apoyada contra la pared, dejaste de respirar un día como hoy hace ya un año.
Pero lo que más me dolió no fue que murieras, fue que ya no podías darme lo que necesitaba.

1 comentario: